Diario

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Hoy estuvieron casi tres horas martilleándome las voces, como si las rotativas del aparato psíquico no cesaran de imprimir. Tenían un tono de eremita desdentado con ropa apolillada y acartonada, dialogaban entre ellas con una bestia pobreza de habla y un contenido limosnero de examen de bachiller (respuestas breves, concretas y escasas o bien vagas y poco informativas), todo como en un sainete teatral escrito por un párvulo. A veces eran incomprensibles, otras ilógicas e irrelevantes, de repente se interrumpían, a veces también se asociaban a las palabras de un plano metalingüístico de mi conciencia desde que las observaba y analizaba llegando entonces incluso a empezar a hacer rimas. Su idiocia adherida, la basura mental que exhibían, sus balbucientes espasmos de gramática básica, su mendaz deterioro respecto a un desempeño inteligente, su vasallaje a la infraliteratura, me hacían reír y entristecer. Semejaba todo un show cutre de José Luis Moreno una Nochevieja en la pantalla de la España profunda.

Desconocida es la causa, conocido (y muy penoso) es el efecto. Mi mente se transforma sin yo quererlo en un repetidor de Mediaset. Troyanos, licios y dárdanos con un eructo atufante de ajo. Vuelve con daño la amargura y el espíritu inundado de cochambre. Necesito leer. Tomar unas dalias del paseo engravillado y huir del estúpido garabateo de esos adagios zonzos y papanatas.

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