Diario

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Día tórpido, majadero y borrico, en el que no tuve otra opción que hablar con gente de cerebro calloso. La televisión y la radio emitían su radiación de oquedad y vacío, su deshabitado desierto parlante de ingravidez y nada absoluta y tétrica.

Tomé al mediodía un «pastéi de nata» y se cortaron varias cónicas de trozos de mi lenguaje y mi memoria. Todo gran lujo culinario es un estímulo escalofriante, nunca deja indiferente el reconocimiento en el paladar el gusto alto. Nabokov es como un magret de pato al roquefort, Shakespeare como un crujiente de tapioca con tartar de cigala, Azorín igual a una alcachofa confitada con jugo de ibérico, Horacio igual a gazpacho de espárragos verdes de Jean-François Rouquette. Mi prosa misma es como un sinfonier clásico o un sillón pan de oro.

Nadie me lee. Leo o repaso las estadísticas de mi blog y apenas lo visitan dos, a lo sumo tres personas. Un pañuelo de hierba incendia el suelo por donde escribo y nadie desea ser chamuscado. Como un espectáculo teatral desvanecido tras de mí no dejo ninguna huella. Nadie siente que leerme es como despedazar la cabeza de un jaguar. Me cumple entonces la sabia cita de Virgilio (Geógicas, 2, 412):

«Alaba los poderes grandes, / pero cultiva uno pequeño».

Pasó aquí en Barcelona el infumable Sant Jordi. La abrumadora mayoría de lectores carece de una sólida formación literaria detrás. Compraban libros consoladores de ocasión, de infantil distracción, todos de extrema mercadotecnia y nulo valor intemporal. Compraban libros como quien compra buñuelos y leían libros de escritores que los escribían como quien hace buñuelos (lo dijo Cervantes) «¿Tienen las Moralia de Plutarco?» Silencio. «Ya es pega. ¿Por un casual Elogio de la vida solitaria, de Petrarca?» Silencio. «¿O bien los Ensayos de Montaigne, una novela de George Eliot, algún tomito de las Vidas Paralelas de Plutarco, El Banquete de Platón, La Historia de Roma de Michelet, Ada o el ardor de Nabokov, qué sé yo? «Mire, Señor, lo que nos pide es muy raro. No lo vendemos. Tenemos lo que puede ver por aquí» «Pues no, muy amable caballero; lo que tienen por aquí no me interesa nada, pero nada nada»

Todo lo muda la edad ligera, o sea, el inexorable paso del tiempo. Libreros de cerebro calloso, libros de mente callosa, expansiones del libro y la rosa con ventas de best-sellers callosos. «Tórpido» se aplica en medicina a una lesión crónica y de difícil curación. La falta de inteligencia de la burguesía que nació en Francia durante el segundo imperio y el nacimiento de las masas proletarias poco después, es el tórpido movimiento espiritual de la época. Allá vosotros. Yo camino por el sinuoso jardín de Little Atenas, y vivo en mi nocturno en brillantes gris y plata. ¡Qué ciega herida os consume, qué boquete se os ahonda queridos míos! Nada podéis sacar de vosotros mismos, a no ser palabras callosas hechadas a pacer desde el vacío de hormigón calloso de vuestras lenguas negadas a la grandeza y la gloria.

Perdonad el increpado y maleducado vituperio. Solo me queda el alto don del desprecio. No os hago de menos, pero yo soy mucho más. Y no me importa publicitarlo.

3 respuestas a “Diario

    1. Gracias, Antonio, siempre me insuflas ánimos y confianza. Sí, debería darle más tráfico al blog y quejarme menos. Tú me conoces del Face y sabes que soy de natural apacible y educado, pero cuando escribo no puedo evitar ponerme la máscara del aristócrata cuyo motor es el odio. Pero lo que sigo siendo es presuntuoso, pedante y soberbio. Acaso me sobrevaloro. Nadie lee y lo que leen es una mierda. Seguiré en mi aislado Palacio de Invierno, en mi páramo solitario «entre las ruinas de mi inteligencia» (Biedma).

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