
Algunos intelectuales propugnan la idea de que el hombre debe ser liberado de las cadenas de cualquier convención o restricción moral, de cualquier tipo de autocontrol. Y, para más inri, insisten en que el gobierno, sin que lo pida el pueblo, debe elaborar leyes (Ley Montero sobre el aborto por ejemplo, una típica cortina de humo) y crear un estado de bienestar que proteja a la gente de cualquier revés.
Las formas de vida errónea y la infelicidad que causan son asistidas por una batería de asistentes sociales, psicólogos y mediadores. La función del estado es resolver con impuestos redistributivos los efectos materiales de la irresponsibilidad individual.
Lo que es bueno para un poeta o bohemio (añádase ahora novelistas, guionistas de televisión, directores de cine, periodistas, o cantantes pop), tan de moda hoy día, tarde o temprano se convierte en bueno para el trabajador no cualificado, el desempleado o el receptor de prestaciones sociales; todos aquellos que necesitan muchos límites y orden para que sus vidas sean tolerables y tengan esperanzas de mejorar.
Nada hay en el mundo que no pueda ser justamente criticado. Pero la civilización necesita ser conservada más que modificada esperpénticamente, con crítica descontrolada o con crítica desde el atril irreal de los principios utópicos (ley Montero otra vez)
En los países del tercer mundo la implantación de ideales abstractos logró que la situación sea incomparablemente peor de lo esperado, y en parte de Europa la desastrosa concepción de la vida de muchas de sus gentes creo que se relaciona con las fatuas e autoindulgentes ideas de intelectuales, economistas y críticos sociales (o con el embrutecimiento de las nuevas formas de ocio tecnológico y de los media) Casi el 40% de los niños nacidos en Gran bretaña lo son fuera del matrimonio. Y el número sigue creciendo.
…..
Grosero y vulgar y zafio se vuelve -ya es- el mundo, lleno de patologías: embarazos de adolescentes, borracheras en la vía pública, sadismo y gozosa malignidad en una cada vez más extendida cota de crimen, drogadicción, abortos, enfermedades mentales, enfermedades venéreas, intimidación, abandono, violencia, agresividad…No poco abundan mocosas y mocosos mimados y tiránicos, ególatras, quejicas, petulantes, deshechos y demandantes.
Una cultura muy grosera crea personas muy vulgares. Nada escandaliza. Todo está permitido. La única convención popular es el hedonismo más chancho y acabar con cualquier tipo de convención.
Decidí, con mamá, vendernos uno de los dos pisos de Cataluña y venirnos a nuestro pazo orensano en el campo feudal, silencioso y hondo. Y aquí morir. Parece que la gente deja de conocer el movimiento natural del corazón humano. Me voy. No espero que esto mejore.
Savonarola terminó sus días en la hoguera, inmolado por el mismo populacho cuyas emociones había sabido despertar antaño tantas veces. Por si acaso, he de recluirme en mi privada Royal Society o particular Académie Royale des Sciences. Los vulgares hacen demasiado ruido en el mundo. La chusma es propensa a todos los yugos y atrocidades. No espero que esto mejore.
Esto no tiene ningún viso de mejorar, no. Me encierro en mi jardín y en mi biblioteca. Cuidaré de mamá (onorate l´altissima bellezza) y con Petrarca declaro definitivamente: «Yo mismo he comprobado que mi espíritu en ningún lugar está tan feliz como entre bosques y montañas, y entre libros». Es bueno esperar y morir en medio del aire salobre del gabinete de estudio.
Aquí os quedáis, hooligans, esos ladies and gentlemen modernos de parque dominical. Cada lanero a su telar. L´âme, c´est moi. Vivir estudiando (y retirado) es expresar la virtud más alta.
Es imposible que esto mejore hasta dentro de un par o tres de siglos.