Despunta el alba. Se ponen los cascos. La catástrofe.

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Los jóvenes no tienen ni aman a los libros; en cambio poseen mucha, y de un modo extraordinariamente enfático, de manera tropicalmente fértil, mucha música (asalvajada, trivial, una birriosa boñiga, de fraseo feo y picudo y merluzo)

Y música clásica precisamente no, no más de un cinco por ciento sienten en sus almas la taquigrafía psicológica de un Beethoven, Mozart, Bach o Brahms, o de sus pares.

Y el alma sin esas asociaciones emotivas es difícil que se eduque y civilice. Platón escribió: «La música es un arte educativo por excelencia, se inserta en el alma y la forma en la virtud». Beethoven dijo: «La música es una revelación más alta que la ciencia o la Filosofía». Las Variaciones Goldberg de Bach, nos cautivan casi solo mediante su sublime forma melódico-armónica, una obra sensualmente bella como el Preludio a la siesta de un fauno de Debussy, lo hace con ayuda de la coloración tonal y emocional. Sí; «La música excava el cielo», observó certero Baudeliare.

«Los llamados pitagóricos se dedicaron a las matemáticas y fueron los primeros en hacerlas progresar; absortos en su estudio creyeron que sus principios eran los principios de todas las cosas. Puesto que los números son, por naturaleza, los primeros de estos principios, en los números creían también ver muchas semejanzas con los seres existentes y con los que están en formación –más que en el fuego, la tierra o el agua (siendo tal modificación de los números la justicia, tal otra el alma y el intelecto, otra distinta la oportunidad y de un modo casi semejante todas las demás cosas son expresables numéricamente); puesto que veían que los atributos y las relaciones de las escalas musicales eran expresables en números y que parecía que todas las demás cosas se asemejaban, en toda su naturaleza, a los números y que éstos parecían ser los primeros en toda la naturaleza, supusieron que los elementos de los números eran los elementos de todos los seres existentes y que los cielos todos eran armonía y número» escribió, en un pasaje famoso, Aristóteles.

La música, por lo tanto, no es sino otra expresión de la naturaleza numérica y armónica del universo. El filósofo es músico y el músico filósofo, pues busca la estructura matemática de lo real. El alma es un trozo del universo, el universo es música, así, el alma es un zumbido de música.

El ruido que escuchan los jóvenes en Festivales y radiofórmulas, en su lista de Spotify, es a la armonía de las esferas lo que la belleza a la Tortuga de nariz de cerdo. Si la música educa el alma, eso que oyen los jóvenes en cambio la asorda.

Francisco Salinas era Catedrático de Música de la Universidad de Salamanca. Ciudad en la que conoció y trabó amistad con Fray de Luis de León. Quien le compuso esta famosa oda.

Oda a Francisco Salinas

El aire se serena

y viste de hermosura y luz no usada,

Salinas, cuando suena

la música extremada,

por vuestra sabia mano gobernada.

A cuyo son divino

el alma, que en olvido está sumida,

torna a cobrar el tino

y memoria perdida

de su origen primera esclarecida.

Y como se conoce,

en suerte y pensamientos se mejora;

el oro desconoce,

que el vulgo vil adora,

la belleza caduca, engañadora.

Traspasa el aire todo

hasta llegar a la más alta esfera,

y oye allí otro modo

de no perecedera

música, que es la fuente y la primera.

Ve cómo el gran maestro,

aquesta inmensa cítara aplicado,

con movimiento diestro

produce el son sagrado,

con que este eterno templo es sustentado.

Y como está compuesta

de números concordes, luego envía

consonante respuesta;

y entrambas a porfía

se mezcla una dulcísima armonía.

Aquí la alma navega

por un mar de dulzura, y finalmente

en él ansí se anega

que ningún accidente

estraño y peregrino oye o siente.

¡Oh, desmayo dichoso!

Oh, muerte que das vida! ¡Oh, dulce olvido!

¡Durase en tu reposo,

sin ser restituido

jamás a aqueste bajo y vil sentido!

A este bien os llamo,

gloria del apolíneo sacro coro,

amigos a quien amo

sobre todo tesoro;

que todo lo visible es triste lloro.

¡Oh, suene de contino,

Salinas, vuestro son en mis oídos,

por quien al bien divino

despiertan los sentidos

quedando a lo demás amortecidos!

Con Tangana, Camila Cabello, Shakira, Ana Mena, Modo Diablo, Dua Lipa, Luis Fonsi, y toda esa retahíla de barata patulea, el alma solo navega, solo puede navegar por un grasiento garaje industrial pobremente iluminado, con tiras atrapamoscas en el techo, y donde una serie de feminazis sin depilar hacen una orgía metiéndose velas encendidas por el culo.

Solo fui una vez en mi vida a un concierto de música moderna. Era en un pabellón deportivo. Al entrar ya me encuentro a una adolescente en estado comatoso tirada en el suelo. En los baños la chavalería tomaba dionisíacamente e irreflexivamente, sin excepciones, rayas de cocaína y pastillas de éxtasis. Aquello era el mismo Inferno de Dante.

Para estar en la onda, la juvenil (y acéfala) afición general es hostil a la razón, al humanismo, a la civilización, y con amante tendencia a drogarse maniáticamente, usar un espíritu con una cruel y grosera sensualidad, y una expresión lo más primaria y primitiva (indistinguible de la de un mandril u orangután) dentro de su alma.

Los sentimientos delicados de Beethoven se arrasan y se niegan a cambio del estrépito y chirrido coribántico. Se olvida así el sendero de las verdades más antiguas. El alma herida se apoya en un mundo de injusticia, mugre y gusto por el barro. El corazón no bombea luz sino vómitos y detritus diarreicos.

Se enaltecen fuerzas oscuras, caóticas, premonitorias de una inminente destrucción. El desenfreno de las pasiones no puede sino transformar la moralidad en una antigualla empolvada, caduca. Esos muchachos y muchachas buscan estímulo báquico, y no conocimiento, desean ritmo y crisis esquizofrénica, y no serena lucidez. En lugar de luz púrpura o cenital, las tenebrosidad demoníacas.

Todo como un acomodarse en región repulsiva, todo como el encochinado aspecto de las feministas. Todo una gramática de manfla o berreadero, todo como los lemas obscenos de las pro-abortistas histéricas. Música de hurgamandera, de fofa pandorga, de puta de muy baja calidad o zurrapa, como la mente monstruosamente amoral (en exacta correspondencia con el chasis) de Echenique.

¿Puede entonces, en esas kermeses de analfabetos idos, cimbrear la risa y la alegría? ¿Notarse la suavidad del ámbar y la nieve? ¿Pueden los jóvenes hilar el lirio si hoyan esa mierda sólida que les entra ininterrumpidamente por los oídos, mañana, tarde y noche? ¿Cómo lograr entonces desbrozar sus molleras llenas de col y berza manchadas de lefa, menstruo, pedos y petróleo?

No esperemos el milagro. Estabulados en conciertos y apilados en la cola de váteres repugnantes e infectos en esos conciertos o en las discotecas, son carne de cañón. No entenderán jamás la Pasión por la Belleza, ni la de la Libertad, ni la del Conocimiento. Nada entenderán el fogonazo mágico de la Luna. Gentuza narcotizada frente a la Inteligencia. Gentuza embutida de anabolizantes incapaces de Sensibilidad.

Fueron niños frente al televisor, adolescentes frente al ordenador, y acabaron siendo adultos ágrafos, descoyuntados, gritadores y mimados, ya dentro de un campo de concentración.

Las olas obscuras les devolverán a la muerte, a ellos, pululantes zombis que no han vivido.

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