
“y maldigo esta hora / que se entrega atada de pies y manos / a la ignominia, la ignorancia, la / sumisión, sin ver más allá de nada, / caminando como un zombi / hacia nadie sabe dónde” J.M. A.
Recuerdos, recuerdos…el rayo de violenta luz de mis
años (casi dos décadas) en la DGSE, o, antes, ya inmortal,
emborrachándome con Adriana, días del noventa y uno,
con la ginebra del amor y el crisantemo, oliendo su piel de
divinidad emplumada, mordiendo los pezones de razza ebraica…
Recuerdos, recuerdos…el lupanar de Múnich, donde
una hora se convirtió en placer para toda una vida,
la soledad del noventa y siete completamente patidifuso
ante “Los embajadores” de Holbein, el champán como
un silencio errante corriendo dentro de mí como corre
el eco de las olas aéreas aquí en mi aldea gallega, las noches
de basalto redactando informes cual Secretario de Cámara del Rey…
Y frente a ello veo ahora este tufo a llanura peluda, este tono
de cutre piscina pública de los suburbios, estos bobos parloteando
como con huevos escalfados en la cabeza, veo a estos macacos
diminutos como canicas, a estas curillas imbéciles atiborradas
de cochinillo, vaginoplastias, y prosa de calceta…
Parece que no sobrevive ni un alma viva…
Pero atardece, y siento ahora mismo a mamá leyendo a Balzac
en la galería cálida.
El ocaso de mi madre con un libro en las manos.
Un ocaso alto y regio con roce de luces de arcoíris.
Mi madre con blasón de campo de oro, con alquimia magnificente.
Y, rodeándonos, como sioux broncos, alcoholizados,
cautivos que solo poseen su nada y su esclavitud.