
¿Qué hago aquí sin libros ni poetas? Debo irme
más allá de la frontera, a un monte naranja.
Aquí la Polis hiede de demasiada mugre,
aplastada por olas de imbecilidad que vadean los ríos,
donde ennegrecen los centros nerviosos de las aves
y cuadros esotéricos con serpientes cuelgan de los museos.
Baja Jerjes a la ciudad con todo su séquito. Parásitos
recubren vidriosos los bosques de encinas. Ni uno solo,
ni uno solo tiene los ojos puestos en los astros, ni uno solo
afila su pensamiento por volar sobre la multitud,
ni uno solo no deja de talar árboles obsesivamente
diciendo que apestan a luz y ruiseñores.
Aquí la Mueca Retumbante, el Ocaso
Gris de Grosellas y Tordos, la Helada
Agua que Galopa una Noche de Mentira.
Con el fuego apagándose en las fraguas,
y espesos bibelots kitsch hormigueando en los estantes
de las bibliotecas. Turismo, clases de deporte
y sexo, suplantan a la historia del arte, un sentimentalismo
obligatorio llena los ojos de estos pajarillos disecados, el lodo
amasado en pus asfalta las calles, el sopor somnífero del opio
y el efecto balsámico de la televisión, arrastra todo
como un alud de inercia mediocre, estúpida y embrutecida.
La gentuza se rellena de mero miedo a la libertad,
a sí misma, a la soledad, y a la grandeza.
La consolación del dinero desbanca a la consolación
del estudio. Sobre la nieve ovoides huellas fecales.
Debo caminar y caminar, y llegar al mar lo antes posible,
debo sumergirme en aguas azules, robles y campos de estrellas.
¿Acaso no es un bosque un gran sitio para ir a vivir?
¿Estaré solo, o con Drake y también con Walter Raleigh?