Recuerda, cuerpo, aquellos momentos esplendorosos
donde estaba la vida.
La vida que era un fresco único de Pisanello.
Íbamos a Sitges los fines de semana
hospedándonos en aquel hotelito de jardines decó,
de terracita con mosaicos modernistas,
y la patria era el mismo rumor del agua
y el mundo Luis XIV con un ramo de jazmines.
El cielo nuevo, la vida nueva,
dentro de ese caldero de amor puro
mojábamos nuestros labios,
y lindos guantes blancos
eran las confiables voces de los burgueses
que tanto me querían y cuidaban
las veces que vosotros os ausentabais.
De regreso del baño y los paseos
el humo del mar era una centella,
en la taberna sabían frescos los cangrejos,
chapoteábamos en el oro
donde late la grandeza de la Luna,
y el otro astro a lo lejos, perpetuo, lírico nos miraba.
Siento aún el salitre de luz,
las altas olas de plata del placer.
Ahora papá está muerto, mamá enferma y yo destruido.
El mundo ya es una orangutanesca
habla que nada significa,
nada es real, las cosas perdieron sus perfiles,
mires donde mires: telebasura y falta atroz de clase.
Los bárbaros, como bacterias, se adueñaron de la Polis.
Pero Sitges es símbolo de antigua gracia y libertad.
¿Ves la suave brisa que mueve
con mansedumbre las hojas de la Memoria?
Recuerda, cuerpo, allí estaba la vida.
P.S. (i)
Mi padre; qué burgués superior y ecuánime. Sin pausa aportaba datos y reflexiones que fluían en una corriente bien ordenada -un pensamiento clásico es un pensamiento bien ordenado- Todo con medida, grabando en la memoria del feliz oyente los pormenores o contornos del problema o tema a dilucidar.
Y en el ajedrez era de una riqueza monstruosa, bellamente gigantesca (pero de mal perder) Era un Lavater y un Tartufo al mismo tiempo. Se sacrificó con minuciosidad por el bien común, el bien particular, y el bien familiar. Generoso, intuitivo, trabajador compulsivo. Sus áreas de conocimiento eran el Derecho y las Finanzas, pero amó también el Arte, con énfasis sobre todo en la pintura.
Un análisis de su destino prueba que vivió como deseó, que vivió al hilo de sus pensamientos sobre la vida. Su espíritu no está ahora en la nada; resta su memoria en el Universo, su software se añadió o sumó a la computadora cósmica.
Fue un alma sintética; unió lo cordial y sensual con lo intelectual, el placer con las rumiaciones. Amó mucho (muchísimo) a mamá -como ella a él-, aunque su relación fue tumultuosa, con altibajos perennes. Vaticinó a estos patéticos decorativistas horteras del nacionalismo radical catalán que pululan por mi tierra como monos subidos a los árboles, a estos atolondrados ignaros. Detestó el arte no figurativo, la ausencia de «mímesis», la mente en fugas irracionales. Gustó del lujo y tuvo compasión (ayudó) por los humillados y ofendidos.
Nos educó con severidad temiendo la influencia nociva de la envolvente «tribu». Más que simpático, sarcástico. Más que católico, teísta. Más que feo, atlético. Más que melancólico, vitalista.
Una de los grandes frustraciones de su vida es que yo me saliera de la ruta que preestableció y no estudiara derecho.
Pero, pese a los disgustos, creo que fui su hijo favorito. Lo quiero y lo quise. Descansa en paz papá.
(ii)
Una vez que me comporté muy indignamente con mi padre -prefiero no explicarlo, que todavía duele- éste me llevó a su despacho y más o menos me dijo «El afecto de un padre no es incondicional, y la rectitud pesa más que el amor, o, cuando menos, la inmoralidad deteriora el amor. Si no meditas y cambias -con dolor- te expulsaré de mi sensibilidad.»
Mi padre educaba con guante de terciopelo en mano de hierro, con autoridad, rigor, y sin esas beaterías chill out o astrologías mamarrachas a lo Paulo Coelho de la pedagogía posmoderna. Sabía lo que tenía que hacer porque le sobraban convicciones y razones.
Me eduqué en un ambiente que adoraba la cultura, exigente, respetuoso, honrado. Mi padre propendía a la intolerancia y una moderada falta de empatía, virtudes que compensaba mi madre (mamá suma a eso una ironía inteligentísima).
El esfuerzo y la diligencia para todos nosotros eran méritos casi sagrados, como cierto orgullo de clase burguesa que desdichadamente a veces se resolvía en un sarcasmo algo despreciativo por las clases subalternas.
Mi vocación de escritor fue fuente -parcial- de conflictos, y mi propensión a la ociosidad y haraganería infinitamente mucho más sancionadas híspidamente.
Pero su legado y forma, si pudiera transmitirlo a hijos que nunca tendré (soy hijo sin hijos), sería el mismo, excepto -seguro- el clasismo y la frialdad emocional (insistiré en algo ya dicho, mi mamá es mucho más cálida de lo que lo fue mi papá)
Su memoria vive en mí mientras yo viva, una memoria que cada vez me hace más bien, una promesa de felicidad y serenidad, un aguijón de melancolía.
(iii) ¡Cómo echo de menos las partidas de ajedrez con mi padre! ¡Cómo echo de menos a mi padre! Teníamos un nivel similar, aunque él jugaba de modo más creativo y agresivo.
Como que nuestra casa era un poco pija, en un rincón del comedor, junto a la ventana, teníamos una mesa de juegos. Con mi madre jugaba a las damas y a las cartas, y con mi padre al ajedrez.
Ya no existe la casa y mi padre está muerto, y mi madre mayor y enferma. «Todos los cambios están más o menos teñidos con la melancolía porque lo que dejamos atrás es parte de nosotros mismos», escribió Amelia Barr. Muy a menudo tengo la sensación de que todo está desérticamente despoblado y que mis únicas bujías vivas brillan en un cielo muerto.
Suscribo en su totalidad la observación de Robert Burton «No hay algo así como la felicidad, solo menores matices de melancolía»
(iv) En Septiembre hará cinco años que enfermó mi madre. Te echo de menos mamá. Tu amor derrama sobre mí más vida de la que yo tengo. No hay nada más hermoso que una mesa abundante donde desayunan los padres con sus hijos. Nada más noble que la alegría de arrullar y pacificar. Sin tu mar, sin tu sol, sin tu mar y sin tu sol robustos y jóvenes, siento roncas las tinieblas impalpables. Mamá, todas las horas de tu vida todavía me acolchan. Mamá, el combate lejos de ti es duro. Nunca hubo una guerra buena ni una paz mala.
