Estoy convencido que a los periodistas se les exhorta más o menos así: dejad de cultivar al pueblo, de querer elevarlo a las esferas del pensamiento. Al pueblo le cansa y aburre ser cultivado. En sus horas de ocio, huye como gato escaldado del esfuerzo y la educación
¿Por qué soñar con rebajarse a educar a la población si es tan fácil rebajarse a su miserable altura? Abandonad las esferas celestes y halagad sus sentidos con sal gorda, risa gruesa, noticias elementales, sin matiz y brutales, aturdirlo con tonterías y pasatiempos chuscos…Cultivad lo anti-sublime, el «bathos» (hundimiento, en griego)
Entonces el pueblo os querrá, leerá vuestros digitales y columnas, escuchará vuestras emisoras, verá vuestros telediarios, entonces el pueblo os celebrará. Ayudad a la gente a descender más allá del nivel de sí mismo. Consoladlos de la miseria con miserias. Este es el único credo de nosotros los periodistas.
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Digamos que en Grecia -para Occidente- se inició la conversación intelectual que ha tenido a lo largo de la historia diferentes secciones, distintas tertulias o dispares diálogos: la sección científica, la literaria, la conversación política, religiosa etc…
¿Cómo es el discurso público que más típicamente desembocó en nuestra época? El imbuido del espíritu de la cultura del ESPECTÁCULO. Tratamos la política, la religión, el deporte, el comercio, las NOTICIAS, como simpáticos accesorios de un barrio de las Vegas.
Se mide el talento de un político, un profesor, un predicador, un escritor, un periodista, por si entretiene, distrae, escandaliza, por sus dotes histriónicas; el único anatema es el piadoso y antiguo aburrimiento.
En esa quimera llamada «noticias del día» (una ficción fragmentada del mundo que permite la tecnología) priman o se enfatizan las más espectaculares, o bien por truculentas, o sanguinarias, o bien por bizarras, y el resto trufado por otras inexcusablemente triviales e insustanciales.
Es improcedente preguntar por si se presentan de un modo incoherente o descontextualizado (Ucrania, Casado, los okupas, el 11-S, Nadal, Kiko Matamoros…) mientras se sumen a la pista del circo. No importa que en la noticia o en el periodismo mismo asome el más descarnado lenguaje tabernario o de vulgar dormitorio, con tal de que la audiencia no mengüe, es decir, que el quid radica en que en las tragaperras de los casinos no paren de caer monedas, aunque se arruine el jugador o pese a que el nuevo casino se construya sobre unas antiguas termas romanas y las devaste. The show (claro claro) must go on.
Thoreau, al serle comentado el moderno invento del telégrafo, dijo escueto y lapidario «Ahora podremos enterarnos de la cena de la reina de Inglaterra» Respuesta no sé si más precisa y profética.
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Uno de los placeres más deliciosos del cielo es ver arder en en el infierno a los emperadores de la «Tomatina».
En la vida, solo hay dos clases de personas: los que se basan en la inteligencia en general y los notarios y apóstoles de la imbecilidad (como esos seres truculentos que disfrutan con la «Tomatina»)
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¿Tiene algún participante de la «Tomatina» algún impulso de comprender y conocer, alguna inquietud espiritual asomándole por entre las sisas de la camisa manchadas de zumo, o sigue la moda de esos placeres indotados de lanzarse tomates como si esa necedad representase el punto culminante de la existencia y la diversión?
La memez es indudablemente la madre y nodriza del género humano.
«Es realmente increíble cuán insípida y desprovista de sentido transcurre la vida de la mayoría de los hombres, si es vista desde fuera, y apática e inconsciente, si es sentida desde dentro» Schopenhauer. Ningún hombre puede albergar la esperanza de ser completamente inteligente y libre si no se aleja de las costumbres y necesidades familiares, si alguna vez no pone distancia con una experiencia insólita que le saque los grilletes de las urgencias de ganarse la vida, de la amistad o el amor. Experiencias convencionales implican ideas convencionales, es decir, recalentadas y masticadas.
Pero una cosa es una experiencia de silencio y soledad prolongados en el desierto, la montaña, las islas, los polos, otra cosa es una reconcentrada intensidad intentando escribir o pintar o alumbrar un pensamiento mortal original, y otra muy distinta la experiencia de absoluta miseria y subdesarrollo de la «Tomatina», afín a un concurso de lanzadores de huesos de aceitunas o de melones por parte de catetos de pueblo. La España negra y turística posmoderna (lamento la opinión contundente, pero es inútil refinar una opinión sobre esta especie)
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Otras partes del mundo tienen monos. España tiene turistas. Una cosa compensa la otra.
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«Hoy, llevado solo por el deseo de ver la extraordinaria altura del lugar, he subido al monte más alto de esta región, al que no sin razón llaman «Ventoso». Hacía muchos años que me rondaba la idea de esta excursión pues, como sabes, el hado, que mueve las cosas de los hombres, me ha hecho rodar por estas tierras desde la infancia, y este monte, visible desde lejos por cualquier parte, está casi siempre ante nuestros ojos. Por fin tuve el impulso de hacer una vez lo que me proponía hacer todos los días, sobre todo después de que, leyendo el día anterior en Tito Livio la historia de Roma, di casualmente con aquel pasaje en el que Filipo, rey de Macedonia -el que hizo la guerra al pueblo romano-, sube al Hemo, un monte de Tesalia, creyendo, como era fama, que desde su cumbre se veían dos mares, el Adriático y el Ponto Euxino […] Por lo demás, dejando aquel monte y volviendo a este, me pareció disculpable en un joven particular lo que no se censura en un rey anciano» Petrarca
Aunque el monte es una mole pedregosa y escarpada, y yo ya no soy joven, y además cardiópata, subiré el Mont Ventoux, diciéndome como el poeta «Todo lo vence un trabajo obstinado».
Así es, desde la escritura de un libro, al estudio de la Topología Conjuntista, la labor obstinada recompensa. Así que recuerden, en sus días y noches de desidia y abulia, «Labor omnia vincit improbus» (Virgilio, Geórgicas, I, 145-146) Feliz -final- verano de hamaca y vagancia, plebeyos.
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AUTORRETRATO
A vueltas siempre con la Poesía,
cómplice en su pasión desaforada,
debajo de festiva cobertura
nos brinda ejemplo de Melancolía,
este lector de dioptrías bien sobradas.
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Montaigne: «Poco importa cuántas veces revise mis escritos; en lugar de complacerme, me decepcionan y me enojan. Tengo siempre en la mente una idea, una imagen difusa, de una expresión mucho más acertada que la que empleo, pero, como en un sueño, no logro asirla ni desarrollarla»
