Diario de un esquizofrénico XIII

La propensión a saber poco y hablar mucho parece moda fatal. Teofrasto escribió de modo iluminado: “La rusticidad parece ser una ignorancia carente de modales. El rústico es un hombre capaz de asistir a la asamblea, después de haber ingerido unas gachas, y asegurar que ningún perfume huele mejor que el tomillo [“kykeón” se traduce por gachas; era un plato muy apreciado por los campesinos. Se componía, entre otros ingredientes, de harina y tomillo] Calza unos zapatos mayores que su pie y habla con un gran vozarrón […] Cuando se sienta, se remanga la ropa por encima de las rodillas, de forma que quedan al descubierto sus desnudeces [hoy iría en bermudas a la iglesia, en patinete y en jeans a la ópera] No se inquieta en la calle, pero se queda patidifuso cuando ve un buey, un asno o un macho cabrío [hoy: cuando ve en la tele a Alba Carrillo o asiste a un concierto de Daddy Yankee]”

Parece un artículo constitucional ser patán, y rústico, vestirse descuidadamente imitando a los vagabundos, aunque seas rico, y a ser posible, ir tatuado, sin lavar ni duchar, abandonado a la roña, los eructos al beber, y el sobaco velludo si eres feminista histérica.

Si uno tiene la temeridad de afearle la conducta a alguien, te contestarán como dijo aquel rey de Macedonia al perder con ignominia una batalla: “¿Pero tú crees eso?” [Si ocurre mañana: un navajazo y te rompen la cara]

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De alguna manera la instrucción y el Conocimiento contienen una fuente de autonomía que desprecia la opinión pública. Descubrir la verdad conforme a la naturaleza acaso sea una bella (y utópica) idea de Conocimiento. La profundidad cultural, el análisis intelectual, son los caminos regios para la Libertad. Investigar no intimida las convicciones, alimenta las dudas, atesora anti-cuerpos contra la charlatanería: buscar la excelencia es una forma redonda de buena vida.

El Conocimiento posee indudables notas conservadoras. Educar es conservar lo viejo para, a partir de ahí, construir lo nuevo. Sin tradición no existe ni la creación ni la educación. Hannah Arendt, que lo supo bien, arguyó un argumento compactísimo sobre la crisis de la educación, que, con el tiempo, no ha hecho más que agravarse:

La verdadera dificultad de la educación moderna estriba en el hecho de que, a pesar de toda la charlatanería a la moda sobre el nuevo conservadurismo, es hoy extremadamente difícil apoyarse en ese mínimo de conservación y en esa actitud conservadora sin la cual la educación es simplemente imposible. Al respecto hay buenas razones. La crisis de la autoridad en la educación está estrechamente ligada a la crisis de la tradición, es decir, a la crisis de nuestra actitud frente a todo lo que respecta al pasado. Para el educador este aspecto de la crisis es particularmente difícil de sostener, pues él es el encargado de mantener la ligazón entre lo antiguo y lo nuevo: su profesión exige de él un inmenso respeto hacia el pasado.

En el mundo moderno, el problema de la educación está en el hecho de que por su naturaleza misma la educación no puede prescindir de la autoridad ni de la tradición, y que debe, no obstante, ejercerse en un mundo que no está estructurado por la autoridad ni retenido por la tradición

Seguimos el camino sin saber de dónde venimos. De ahí solo puede nacer el retroceso y la decadencia.

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Me encanta la definición de Mathew Arnold de Cultura que apostilló en un elegíaco 1869, con su metissage delicioso de moral y política: “dado que la cultura tiene su origen en el amor a la perfección, consiste en un análisis de la perfección. No se mueve mera o primordialmente por el impulso que le imprime la pasión científica por el conocimiento puro, sino asimismo por la pasión moral y social que induce a hacer el bien

Este sentido de la excelencia civilizada debiéramos extenderlo a las películas que vemos, los libros que leemos, el ocio a que aspiramos, la comida que degustamos, las ideas que nos guían, o las costumbres y modelos que anhelamos tener. Me gustan las personas con un carácter fortalecido en una cultura viva.

Leer un libro no basta para saber leer. Hay que contar con la educación requerida para entenderlo.

Estos días en la prensa polemizan profesores “pedagogistas” y aquellos que abogan por la ilustración como fin de la educación. El sabio profesor Luri nos recordaba a todos, con delectación de apología volteriana: “A quien le daña el saber homicida es de sí mismo” Calderón; “La entretenida tarea de valorar las ideas adquiere el carácter de una misión moral, como la desfacer entuertos” Eduardo Nicol; “Yo, con erudición, ¡cuánto sabría!” Espronceda. Ojalá llegan a buen puerto las discusiones y las autoridades hagan algo y arreglen el desastre sin paliativos en que se ha convertido la educación en España, y el Conocimiento sea –Dios me oiga- el REGNUM HOMINIS para estudiantes y profesores.

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En un cuento anticipaba Forster un mundo tecnológico que nos conectaba a todos, pero nos encerraba en nuestras casas. De esta locura (ante el telefonino o frente al ordenador, pasaría en nuestros días) concluía: “la máquina funciona […] pero no para nuestros fines”.

Una sociedad abobada tecnológicamente y sin Conocimiento también es una sociedad donde peligra la democracia. El público moderno no sigue los contenidos deliberativos, la información deviene en residual. Aunque no vivimos una época de histrionismos asesinos ni kitsch lapidario (Hitler o Stalin), sí que nos regimos por mera y automática publicidad emocional, y por guiones semi-goebbelsianos ¿Se reflexiona en y con el lenguaje sobre las afirmaciones políticas -análisis racional-, o bien nos limitamos a VER sin PENSAR, a asistir al ESPECTÁCULO y pasar el tiempo, distraernos y divertirnos?

Un mordaz Eugenio Montale observó hace 61 años: “Cada vez se leen menos libros mientras que es muy elevado el número de lectores de periódicos, revistas, fascículos y otras publicaciones de esta índole [Lo reciente: plataformas digitales como Tuiter y fragmentos de periódicos digitales] Pero esta clase lectores no lee: mira, observa [En la actualidad: navega]. Contempla con una atención cómica, cuando en realidad saben leer; sin embargo, solo miran y luego lo tiran todo a la basura”.

La democracia tiene un máximo de oclocracia y un mínimo de epistocracia. Pende como espada de Damocles la influencia de los ignorantes. La democracia derivó en plutocracia, en burocracia, en mercadocracia, en “doxocracia”. Ningún demócrata se jacta de haber tenido una vida feliz por haberla pasado junto a Platón, Tucídides, Auden, Gauss o Pierre Grimal. Presumen de su íntima familiaridad con el Dandy de Barcelona y Messi.

Viene a huevo un poema:

PANORAMA DE LA CIENCIA ESPAÑOLA

¿Qué fue de aquel varón, dime Musa,

que por extrañas tierras y naciones

anduvo peregrino, conociendo

vidas y costumbres, después que hubo

destruido ya la sagrada Troya?

Llegó a casa y feliz púsose Tele 5

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Russell:” Los hombres del pasado eran a menudo limitados y provincianos en el espacio; pero los hombres que dominan en nuestra época son provincianos en el tiempo. Sienten por el pasado un desprecio que no merece y por el presente un respeto que aún merece menos

Y recuerdo también como se asombró, asombrándonos a nosotros, sobre la gloria homérica del Conocimiento y sus poderes:

«We know very little, and yet it is astonishing that we know so much, and still more astonishing that so little knowledge can give us so much power.”

Palabras que se tendrían que labrar en oro.

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Nota bene: Nada es mezquino ni ninguna hora inútil, ni oscura es siempre la aventura de la vida. A veces hay sol en la esquizofrenia. Ni una palabra sobre ella en mi Tagebuch. Buena señal.

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