
(loneliness and solitude)
Huxley: “La mayoría de los hombres y las mujeres lleva una vida tan dolorosa –en el peor de los casos-, o tan monótona, pobre y limitada –en el mejor- que el impulso de escapar, el anhelo de trascenderse aunque solo sea por un rato, es y ha sido siempre uno de los principales apetitos del alma”
Y que mejor vía regia y magna a ese anhelo e impulso que la soledad creadora. Tomo como argumento de autoridad a Montaigne. Varias citas:
“Creo ahora que el único propósito de la soledad es vivir cada uno a su gusto y a sus anchas”
“Por eso no basta con apartarse de la gente ni basta con cambiar de lugar. Es preciso sustraerse al hábito de la compañía humana que llevamos dentro; secuestrar nuestro yo y poseerlo nuevamente. Llevamos con nosotros nuestros grilletes; no somos del todo libres. Volvemos la mirada una y otra vez a las cosas que hemos dejado atrás; fantaseamos con ellas constantemente”
“La soledad que amo y defiendo consiste, en suma, en recuperar mis sentimientos y cavilaciones y apropiármelos de nuevo, en restringir y refrenar no mis pasos sino mis deseos y zozobras, negándome a preocuparme de cosas externas y huyendo como de la peste de la servidumbre y las obligaciones: en retirarme no tanto de la humanidad como de la muchedumbre de los quehaceres humanos”.
Por Zeus, cuánta bienaventurada soledad. Los rudimentos de un gran carácter solo pueden formarse en soledad, persiguiendo la solidez del pensamiento, la afición a las ideas, el aborrecimiento de la insulsa indolencia, evitando sufrir compañía, penosa compañía.
La soledad es la lepra del s. XXI, porque en lugar de entrar en el santuario de nuestra lujosa mente, no nos retiramos de la agonía, el terror y el miedo a nosotros mismos.
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La felicidad, en este universo, radica en jugar a una especie de enclaustramiento doméstico. La felicidad, más allá de este universo, consiste en persistir en él.
En casita puedes tomar cannelés, éclairs -mejor si rellenos de chocolate-, un buen tinto (Chateau La Lagune), gustar de los geranios y el trenzado musical de Bach, dormir la siesta de cuatro a cinco y media, buscar el adjetivo siguiendo ensimismado las formas helicoidales del humo de tu cigarrillo, fascinarte al recordar el cabello de las mujeres (ah los labios rojos de las nymphettes) y revivir las horas en las terrazas de los hoteles de la costa italiana, contemplar aquella foto de mamá (tan guapa) en Vespa, probarte un traje inglés, arrellanarte en un sofá Chesterton, y, al final, feliz y confortado de tu confinamiento hogareño, meterte en la cama sin esfuerzo, y, antes de dormirte, imaginar que dialogas con Fedro y Aristófanes, que eres un noble viviendo en un palacio frente a los jardines de Luxemburgo, o que vives en una ciudad con dos cientos mil habitantes y ochenta mil prostitutas, compartidas por archiduques, obispos, burgueses, campesinos y menestrales.
Nunca se malgasta la vida en la errabunda vagancia -¿papillon?- del dolce far niente hogareño. El movimiento es deletéreo (Flaubert) El placer reside en la quietud y no así en el chusco movimiento, esa pasión inútil de las masas. Esclavo es todo aquel que no dispone de nueve décimas partes del tiempo para sí. Esclavo es aquel que recibe cientos de mails en la oficina, y se aboba con el trabajo, y se divierte con hueco ocio fullero.
Yo, Christian mi nombre, con más de 40 años de viejo, dispongo de casa decente y limpia, doméstica amable y guapa y, sobre todo, ante todo, lujo en la mente ¿Oficio? Rentista y propietario rural. Si prefieres el placer aventurero a la prudencia, eres un descoyuntado insensato. El estricto aislamiento voluntario es la forma más inteligente para lograr la felicidad; solo conozco una intoxicación digna, la resumida en la palabra «ataraxia» o tranquilidad del alma.
Si en tu vida hay más de uno, si sois como mínimo dos, ya hay traición. Para ello, para la gloria terrestre, se precisa una mente florida y no una menguada mente liliputiense tan de moda en esta época. El hombre que sueña y piensa su asordada soledad es un Dios; el hombre farfullando en el bar es un mendigo.
La sociedad solo causa quebraderos de cabeza, y, además, enseña con instrucción impostada. Todos los problemas del hombre surgen por no saberse estarse quieto en la habitación, declaró exacto el inmortal Pascal.
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Escribió sagaz y certero De Quincey: “Ningún hombre que, cuando menos, no haya contrastado su vida con la soledad, desplegará nunca las capacidades de su intelecto» Y Edward Gibbon insistió en una observación similar: «La conversación enriquece nuestro intelecto, pero la soledad es la escuela del genio; y la unidad de una obra denota la mano de un artista individual» O Jung, sobre un punto de vista bastante igual: «Los años en que estuve persiguiendo mis visiones interiores fueron los más importantes de mi vida; en ellos se decidió todo lo esencial» Y concluiré con un poeta, cifra y numen de mi hipótesis, expuesta con discernimiento sapiencial, energía en la dicción y exuberancia en la expresión. Escribió Wordsworth:
«Cuando, durante mucho tiempo, de nuestro mejor Yo fuimos
apartados por el ajetreado mundo, y desfallecemos,
enfermos de su quehacer y cansados de sus placeres,
cuán misericordiosa y benigna es entonces la Soledad«.
La psicología popular y el arte comercial (o no tan comercial) nos han convencido implícitamente que la principal y casi única fuente de felicidad son las relaciones interpersonales, el comercio emocional con el amor, la familia y los amigos, desdeñando nuestros intereses, creencias y gustos solitarios e impersonales. Para mí es intensamente más esclarecedor y relevante lo que sucede en mi cabeza estando solo, incluso patológicamente aislado, que aquello, una mera Babel de Ruido u Odisea de Barullo, que me ocurre en compañía (donde siempre actúo algo exageradamente con la máscara -falsaria- de tipo irónico e ingenioso)
Me gusta estar muy solo, solo así soy yo verdaderamente, y, en la energía y bendición augusta de la soledad, mucho meditar, mucho contemplar los temas que me importan y obsesionan, y sentir cómo se modifican y agudizan las sensaciones, trabajar mentalmente en algunos poemas o incipientes y brumosas prosas, o en volanderas ideas indeterminadas, o habitar los poblados -densos, fosforescentes- recuerdos. Me gusta sentarme en el banco solitario de la plaza de mi aldea feudal (pasan a veces horas sin asomo de presencia humana) y ensimismarme y rumiar al compás o correr de la mente, y oír a los pájaros ducales, notar el ulular del viento como un Zeus benigno y cálido con su idioma celeste, asombrarme de la coloración granulada de la luz mientras oscurece lentamente.
Solitario crecen y se ramifican las ideas creativas, y solitario cada vez te conoces mejor (te afinas mejor) a ti mismo. Cuando estoy en la odiosa Barcelona o en la provinciana Orense -donde también tengo casas- voy yo solo a los restaurantes, al teatro, a los museos, a las librerías o cines o cafés. Flâneur altivo y meditabundo, me siento en un rincón y divago egregio como un noble medieval frente a su fuego en noches de invierno.
Uno de los rasgos de mi personalidad es que la ternura y el afecto que indefectiblemente necesito no soy capaz de asimilarlos, me producen malestar, tensión y carga espiritual. Me desequilibra sufrir compañía y consideración. Por eso desde los nueve años estoy muy solo, desacostumbradamente e increíblemente solo. A veces es duro (la estricta y compacta, carcelaria y esquizoide soledad, devora la felicidad y la dulzura algunas veces), pero no siempre lo es. A veces, confrontado y enfrentado a mi soledad, ayuno de amistades y amores, afloran epifanías gloriosas, momentos eureka, sentimientos de poder, invulnerabilidad y exquisito placer inenarrable, no susceptible de un trasunto en palabras. Sé que nado a contracorriente. Mi vida esteparia y eremita probablemente no sea un bien deseable.
Paso también horas arrellenado en la butaca de mi galería acristalada contemplando el valle y meditando en las musarañas o mirando árboles. Los ruidos de la casa (crujir de la madera, unos perros ladrando afuera, el golpear de la lluvia en los cristales, el tic-tac del reloj del comedor, el leve susurro de la calefacción en invierno, la respiración de mi perra) son como la savia que circula dentro de mí, y mi única querible melodía. Prácticamente nunca oigo la radio o enciendo el televisor. Las redes sociales me provocan -su uso excesivo- una orgía de culpabilidad alemana. Mi medio natural es andar enclaustrado en mi mente silenciosa, o muy solo deambular (sin interactuar) entre la populosa muchedumbre.
El bullicio del mundo me asquea como una rata mordiéndome la tráquea. Ser solitario es mi daimon y destino, mi santa unidad sagrada y rosácea. Lo admito: seguramente soy el más solitario de los hombres que han existido. Lo admito como patética confesión: solitario solo me daño a mí mismo y no a los demás.
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La soledad fue mi destino. No necesariamente (o siempre necesariamente) cruel. La soledad es la escuela del genio. Pese a su aspereza torva, sigo pensando con Nietzsche que es un esclavo aquel que no dispone de dos terceras partes de su vida para sí mismo.
Ejemplos de apologistas de la soledad:
«El águila vuela sola; el cuervo en bandadas. El necio tiene necesidad de compañía y el sabio de soledad» F. Rückert.
«El instinto social de los hombres no se basa en el amor a la sociedad, sino en el miedo a la soledad» Schopenhauer.
«Los recuerdos no pueblan nuestra soledad, como suele decirse; antes al contrario, la hacen más profunda» Flaubert.
«La valía de un hombre se mide por la cantidad de soledad que es capaz de soportar» Nietzsche.
«El hombre inteligente busca una vida tranquila, modesta, defendida de infortunios; y si es un espíritu muy superior, escogerá la soledad» Schopenhauer.
“La más feliz de todas las vidas es una soledad atareada» Voltaire.
«La soledad es el patrimonio de todas las almas extraordinarias» Schopenhauer.
«¿La suerte de todos los espíritus excelentes? La soledad» Schopenhauer.
«Si estás solo serás tuyo, y si estás acompañado por una sola persona serás medio tuyo» Leonardo da Vinci.
«Tengo necesidad de soledad, de retorno a mí mismo» Nietzsche.
«Quien no dispone de dos tercios del día para sí mismo es un esclavo» Nietzsche.
«La soledad ofrece al hombre colocado a gran altura intelectual una doble ventaja: estar consigo mismo y no estar con los demás» Schopenhauer.
«Sólo en soledad se siente sed de verdad» M. Zambrano.
«Soledad: un instante de plenitud» Montaigne.
«Latoso el que nos quita la soledad y nos da la compañía» B. Croce.
«Escribir es defender la soledad en la que vivo» M. Zambrano.
Con mi soledad yo nunca estoy solo. Acaso a nada y nadie se puede conocer, incluido uno mismo. En las fúnebres Navidades, si estás solo, no poco es el dolor. Pero pese a la intuición común es sagaz lo que en una carta Catalina de Siena escribía en el siglo XIV a su amiga Monna Alessa dei Saracini: “Hazte dos casas, hija mía. Una material, en tu celda, porque no andes corriendo de acá para allá a no ser por necesidad, o por obediencia a la priora o por mor de caridad; y otra espiritual, que habrás de llevar siempre contigo: la celda del verdadero conocimiento de ti misma, donde hallarás el conocimiento de la bondad divina”.
Y, como colofón, recordemos a Wordsworth: “Pues a menudo, aunque en mi sillón reposo / con ánimo ocioso y pensativo, / refulge en ese ojo interior / que es la felicidad del solitario, / un alma llena de gozo / que baila con los narcisos”.
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«Es realmente increíble cuán insípida y desprovista de sentido transcurre la vida de la mayoría de los hombres, si es vista desde fuera, y apática e inconsciente, si es sentida desde dentro» Schopenhauer.
«En las últimas semanas duermo muy intranquilo. Siempre sueño con el servicio. Sueños que me llevan siempre a la frontera del despertar. En los dos últimos meses me he m[asturbado] únicamente tres veces. Las personas que me rodean me dan asco, y esto ocurre en contra de mi voluntad. Con frecuencia me aparecen, no como personas, sino como máscaras grotescas. Hoy, estado de máxima alerta. Mi comandante es muy amable conmigo. Piensa en la meta de la vida. Es lo mejor que puedes hacer. Debería ser más feliz. ¡¡Oh, si mi espíritu fuese más fuerte!! Bien. ¡Dios sea conmigo! Amén» (Anotación del 28 de Mayo de 1916 de Wittgenstein en su Diario) A mí a veces también me resulta insoportable la abyección de mis camaradas. El filósofo vienés habla consigo mismo, pero uno tiene la impresión que se dirige a todos nosotros. Profesar un modo de vida muy diferente al común, es ejemplificar una sabiduría, vivir una filosofía. Wittgenstein, con esa peculiar intensidad o incandescencia indiscernible del genio, fue otro «master of manners«.
Se iluminan las ciudades con farolas, pero se hace de noche en el mundo moral (tomado de Víctor Hugo) «Pronto lo habrás olvidado todo, pronto todos te habrán olvidado» Marco Aurelio, Meditaciones, VII, 21. Te irás de esta vida con las cuatro o cinco horas (no seguidas) en que fuiste, en soledad, luz, un hombre indisputablemente feliz.
Es un lujo leerte 👌
Gracias
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