Diario de una soledad 2

En el mundo, hay Academias de todo jaez. Sabemos que Tasso, en Padua, ingresó en la Academia de los Etéreos (donde estaría hoy el vaporoso Sánchez y la insustancial Irene Montero) Y que en la corte napolitana del Conde de Lemos, estaba la Accademia degli oziosi, de la que se lamentaba no pertenecer Cervantes.

Y en Valencia, lo explica Ludwig Pfandl, en el s. XVII había una que se llamaba Academia de los Nocturnos, en la que todos sus miembros tenían un sobrenombre «nocturno»; Silencio, Miedo, Sombra, Tinieblas…

Aunque la mejor es la desternillante Gran Academia de Lagado, del Viaje a Laputa, en los Viajes de Gulliver. Nuestra Academia discute sobre «solo» y «sólo». A las mientes traigo a Séneca: «Nunc quae dementia est superuacua discere in tanta temporis egestate?»

Entre el 8M y estos Académicos gagá, recordemos a Petrarca:

«A ti quizá, si, como mi alma espera y pide, has de sobrevivirme largamente, te aguardan mejores siglos: no ha de durar para siempre este sopor letal…»

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