Diario de una soledad 3

Nací en la burguesía hacendada culta, con muebles de estilo eduardiano y salas espaciosas de techos altos; éramos señores de Barcelona, en una época en que el dinero lo tenía quien debía tenerlo.

Libros en cuatro idiomas encuadernados en pieles negras, chimenea de madera maciza tallada, cerámicas azules y blancas, flores rosas, restaurantes de categoría no discutible, mesa de juegos, sofás decorados con chales, suelo encerado y conversaciones muy inteligentes a la hora de comer. Vivir ahí era como vivir dentro de la opulencia del Arte.

Mi madre se muere. Se acabó aquella dulzura intemporal de la existencia. ¿El ahora? Periodistas sub-dotados sacando hilo (o embrollando) subnormalidades deportivas, rosas o de mero magazine. Libros recargados de ignorancia de la gramática y con aventuritas de capa y espada. Horrorosa y analfabeta España tatuada.

Nuestro carácter gratuito nacía del optimismo. Ahora priman pasiones mezquinas y vulgares, brutalmente desatadas. España intestinal.

No contenerse representa una inobservancia de los debidos modales. Pero constatemos: mi madre ha sido deleite, excelencia y distinción para mi mente; vosotros, vil basura.

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