La novela a reseñar, leída solo un tercio por lo tedioso de la misma, es Garras de astracán. Con un lenguaje mineralizado a lo periodístico, con un registro de prensa rosa, y, lo mejor, una vivaracha imaginación construida es escenas casi de sitcom televisual. Este es el tipo de literatura que se lee ahora, no tallada en delfín áureo, no en rosetones de gravedad, sino asentada en una pocilga del contento. Niebla y humedad se ciernen en las Letras, panzas fangosas y memez utilitaria. Este tipo de literatura es un martilleo o baraúnda que ejemplifica la estridente civilización actual. Hay publicidad y no hay logro, pecunio y no elevación, lujo y no pasión, coito y no comedimiento, burda psicología en lugar de orfebrería de delicadeza espiritual. La protagonista del engendro es una tal Imperia Raventós, que proclama sofisticación de vaca pija metropolitana, lujo de arrabal, modales de histérica, soledad de diseño, vagina cuarteada de vitriolo, nula inteligencia. Carece de atributos fascinadores, pese a los esfuerzos del narrador. Se pulveriza, insisto, el lenguaje, hasta convertirlo en un arenque seco de teletipo, en una mampostería de dicción tan aplanada como el vientre de un gusano o el color terroso de un armadillo. Con tanta poca monta el lector se convierte en un ilota de la palabra. Mi experiencia mental ante esta perogrullada es de vacío, de yermo, de estéril pasmo de salvaje en taparrabos. La buena literatura tiene un tapizado de múltiples referencias a los clásicos, y se expresa en una sintaxis y vocabulario de subido tenor. Hay en ella una profunda anatomía de alusiones a fuentes, que se reflejan y aluden en la nueva obra. Una vena de histeria rancia cruza las obras modernas. Ahora se es más perverso pero infinitamente menos sabio. Lo que es el dialecto universal de la juventud, esa superficie sonora patética del reggeatón, se transmuta o traduce en literaturas de sexo a gogó, en trasuntos de guiones de televisión, en costumbrismo de provincia rancia. Con ello tenemos un mundo interior sin cosmología ni cosmogonía; miras al interior de los corazones y solo ves marcas de ropa, vestíbulos de folclórica, deseos sin valladar de consumo obsesivo. El pionero de esta subliteratura fue Terenci Moix. Un tipo con muchas más cualidades y atributos que sus romances. Le libre á venir es esto. Y llegó ya.
Lectura de Terenci Moix.
Publicado por christiansanz71
Orate, orante y diletante. Burgués hacendado, aldeano ilustre. Pienso bien, escribo regular -desearía que con distinción-, y hablo mal. Solitario compulsivo. Lector omnímodo, omnímodo, diagnosticado de bibliopatía. Apocalíptico y antimoderno. Debemos apartar el chusmerío de nosotros y buscar el lujo de la mente, también la bondad. Voltaire: “La terre est couverte de gens qui ne méritent pas qu´on leur parle (la tierra está llena gente a quien no merece la pena dirigirle la palabra) “Por desgracia la expresión coquin méprisable , granuja despreciable, resulta aplicable a un número terrible de personas de este mundo” Schopenhauer. “Nec vixet male qui natus moriensque fefellit” Horacio, “No se da mala vida quien de nacimiento a muerte pasa desapercibido”. Mejor no podría ser dicho. O bien igual Ovidio, “Bene qui latuit, bene vixit”, “Quien bien se esconde, bien se da”. Solo y oculto se está mejor en esta hodierna e híspida civilización donde la publicidad está por encima del logro, la revelación por encima del comedimiento, la sinceridad por encima de la decencia, el victimismo por encima de la responsabilidad, la confrontación en lugar de la cortesía, la psicología sustituyendo la moralidad. Para acabar ya, y como divisa o lema: "Litteras ese solas quae homines ese vere convincat", las letras son la única prueba de que se es verdaderamente hombre. Ver todas las entradas de christiansanz71