Lectura de Pessoa y Fredéric Martel

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Borbotean y pestañean las luces sobre ristras de nubes desengañadas. El invierno pósase como un capuchón de viento frío, el aura de las piedras conventuales tiene escarcha helada, el corazón romano de un viejo emperador se inviste de togas y pieles densas y nieves de aldea. El recóndito estupor imaginativo de enero, la pacífica yegua vagabunda de la luna fría, el barullo de una lluvia mansa, senequista, entran en mi páramo feudal. Leyendo el Livro do desassossego adviertes de un mundo de cultura y percepción con otras asociaciones, de un pensamiento renuente a las convenciones de la realidad, del fluir de más una conciencia de las sensaciones que de las mismas sensaciones ralas, de una desafección absoluta al tópico y los bienes rutinarios, de una imponente mansión de limusinas de la mente, de una dirección de mente particular e intransferible, de una soledad que gobierna regia la existencia, de una conducta terrestre hilada a los cielos, de una vida que vive viva y una muerte que no mata, etc… Bernardo Soares, el heterónimo pessoano, el redactor de los fragmentos del diario, el contable chato pero a la vez homérico, es un mundo, crea un mundo, y transcribe un mundo. Preeminente y con aureola de tela medieval, el protagonista del Libro del desasosiego es muchos personajes y nadie, la Multitud y el Único, una hebra de un árbol de la ciencia jesuita y atea a la vez. Frente a esta acorazada muralla cognitiva, frente a este detalle de espíritu, Fredéric Martel en su reportaje sociológico y periodístico de la cultura planetaria, globalizada, y universal que se avecina, -Cultura mainstream, se titula proverbialmente el libro-, dibuja como se manufactura en serie, como embuten a las masas, una serie de contenidos culturales simplones, zafios, de usar y tirar, desligados de la trascendencia, mercantiles, que troquelan e imponen una serie de valores apuntando a lo común barato, al chicle fácilmente masticable, a lo general buido, a lo melodramático y artificial, al ketchup y las palomitas. El autor no ve con malos ojos esta invasión de Shakiras, videojuegos, latin pop, J-pop, y Hollywood en vena, todo por lo civil o por lo criminal. El capitalismo generó formas de consumo de ocio, y el libro de Martel es la constatación que la alta cultura está en trances de desaparecer, si no ha desaparecido ya. Bernardo Soares queda arrinconado en las estanterías mohosas de la historia, y relucen ahora nuevos bibelots kitschs como Piratas del Caribe, Eurodisney, o los talk-shows de Al Yazira o la CBS. Pessoa es denso, no es entretenido como El Código da Vinci,  no es resumible o compendiable en un twitt. ¿Dejará la cultura de contar con Tolstoi,  Homero, Cervantes, Quevedo, Cernuda, Rilke, Proust, Kafka, Velázquez, Vermeer, Rodin, Leonardo, Platón y todos sus pares? Para millones de personas eso solo son sombras, nombres, o más bien nada. Un pasado sin promesa de futuro. Contraponer el hoy de Martel con el ayer -cercano- de Pessoa produce escalofríos. Los tentáculos de la Bestia son sólidos y se presume que imperecederos. La mediocridad genera mediocridad y almas mediocres. La mediocridad tocando el espíritu es como un arroyo sucio sin ninfas ni trasgos, solo plásticos y botellas de coca-cola. Angelina Jolie y Superman bajaron de su peana a Venus y Zeus.

Cualquier tiempo pasado fue mejor.

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