Vano mencionar las virtudes democráticas. La democracia gestiona conflictos sin guerra civil, es decir, se idea un tinglado muy sapiente en que la oposición a su majestad tiene la misma legitimidad que el gobierno de su majestad. Además hace de la tensión y la violencia, de la lucha y el odio fratricida o cainita, una suerte de institucionalización real y simbólica que muchísimo la alivia y vehicula, la amortigua y desconcentra. E incluso temerariamente afirmaría, en plan democracia lo mismo que una panacea amorosa adolescente, que los recursos y los poderes, unos mejor se distribuyen, otros mejor se contrapesan. La democracia, si, pese a sus ideas nada infelices ni mediocres, si, suponiendo que las ideas no mediocres se imponen a las mediocres por selección histórica intelectual, no ha dejado de ser en el terrario o jardín de la historia flor exótica, amén de flor efímera. Y nunca, en ningún momento, flor universal. Su desvirgamiento o desfloramiento es otra de nuestras aficiones humanas. Democracia es delegar soberanía los representados en representantes para que nos representen, y si nos defraudan, en otros delegamos (sin disparar un solo tiro) La cosa, bien pensada, con lo brutos que somos, no está nada mal. Y al igual que hay filetes o autos con mayor o menor calidad, hay grados de excelencia o virtud en la calidad de la democracia. Y la carga de la prueba recae en nosotros, creo que muy principalmente, en nuestro grado o calidad de soberanía y deliberación intelectual. Este creo es el quid de la calidad de la democracia, la calidad del cerebro y razón de los gobernados. De ahí el chiste de Churchill acerca de que el único argumento incontestable contra la democracia consiste en hablar cinco minutos con el votante medio (en el mundo de hoy hay que añadir el oír cinco minutos al político medio o alto o altísimo) Si no nos educamos cultural e intelectualmente somos carne de populismos, de manipulación, de elección trunca o indeseable, de, en resumidas cuentas, autopunición, pues obraremos en un marco real con menos margen de libertad.
Lo anterior es lo que me dice mi cabecita racional. Pero a posteriori asoma el perplejo delirante que habita en toda cabecita de este mundo podre. Y entonces observo estupefacto y pensando de qué sórdidas y grasientas covachas, de qué insidiosas y aceitosas cochambres, de qué fritanga de bichos bulbosos con delirium tremens ha salido todo, y, como una estrellita o candil, oigo voces, veo muertos, que dicen «Logse», «Logse», y ya todo se comprende, oigo «subsaharian university typical spanish«, caramba caramba, veo corruptos desde el chófer que lleva al rey hasta el rey mismo, y, cuánto se comprende. Y por otra parte esa estafa de morcilla con alfalfa del deporte, y la música decibélica satánica, y nuestra cazurrería hispánica feudal hecha mitad de antiilustrada afición al puterío y mitad olímpico desprecio, casi legendario y connatural animadversión, a la inteligencia. Somos, en general y en particular, y valga la hipérbole, lo que nos merecemos, la tele-detritus campa y no escampa porque nos encanta. Una de dos, o los españoles pudiéramos ser orquesta sinfónica pero preferimos la pandereta, o, que es lo que creo, ante un arpa o un violín nos pasa como a mí ante un tratado de topología algebraica así, que, hala, a tocar la pandereta. Nuestro mito y daimon y tótem es Torrente, que le vamos a hacer. Y otra paradoja; la cultura española, siendo como es una de las más ilustres del patrimonio mundial, y poco exagero, es desconocida por los españoles con generosidad, también con orgullo y desparpajo, con pachorra Mariana (de Rajoy). Ante esto, yo, que amo mi patria (a fuer de ser sinceros no amo ya más que mi única patria, a saber, mi biblioteca), se me dispara una bilis mitad melancólica mitad despreciativa, ante mis compatriotas. En fin, de imperio de Occidente a campeones de futbolín. ¿España? Demasiados retrocesos o, como diría Benjamin de la historia, demasiados escombros a nuestras espaldas. A veces me aburre España. También me aburre Europa.
Y pienso que sin soberanía educativa, sin soberanía racional (lo relevante no es ser racionales sino capaces de razonar, con argumentos claros y perspicuos, acceder a la madurez o mayoría de edad de la razón), sin soberanía deliberativa, sin una mente de luxe como imperativo moral, todo decae, declina, se corrompe, democracia incluida o el sumsum corda. Debemos ensanchar nuestra minúscula capucha con el conocimiento. Debemos llenar y formar nuestra mente para evaluar, pesar, medir y discriminar. Debemos que lo mejor se incorpore a nuestra mente, que lo mejor se mezcle en nuestra mente, debe la mente aspirar a cosmovisión (dentro de las posibilidades o límites intrínsecos, pero no sin ambición y esfuerzo) Una mente solo se educa con aplicación. El ludismo educativo es no educativo. Incluso, aunque parezca desbarrar, la sensibilidad y el gusto se educan, porque idea y emoción son contrapuntísticos. La distribución jerárquica de especies, entes y saberes es la naturalidad de lo que hay y debe haber (de ahí mi admiración al deporte de élite y la belleza clásica porque enseñan la dificultad de lo mejor, porque implícitamente enseñan a buscar y admirar lo selecto, que siempre es propiedad de una minoría) El desear lo mejor y elevarnos nosotros mismos, el aprender de lo mejor y renunciar a lo peor (la intolerable vulgaridad o medianía) es la fuerza motriz del orden natural ideal. La cuestión no reside en odiar a los aristócratas o gente de pecunio (tema baladí) sino en amar y elaborarse para ser un aristócrata de espíritu (y valga cierta simpleza y puerilidad en la expresión antecedente) Si en cada mente de demócrata hay bajura, la democracia se abajará. Si en cada mente hay altura, la democracia subirá. Las sociedades creo propenden a colapsar cuando se asienta en su alma la radicalidad, la pobreza, la mediocridad, la ignorancia, la corrupción. Pensemos de los cinco elementos mencionados cuáles tenemos y cuáles no. Creo debemos estar solos para saber leer. Y saber estar solos para saber estar en compañía. Y buscar la gloria de un long désir de duré. Creo que si no estamos abocados a ser no más que catetos tabernarios. Nadie te ordena ser un bluf de las catacumbas. Con leer dos o tres buenos libros bien al mes ya se avanza una barbaridad. Nadie te ordena ser un podre ineducado. Incluso en las vidas más duras y difíciles o embrutecidas hay claras posibilidades de descomprensión. Hay que estudiar esas mentes parciales que representan mentes completas, y reverenciar al genio pues existe genio en nuestros adentros. El doloroso secreto de la humanidad es su expresión mutilada. Hay que honrar ese gránulo dorado infinito de nuestra mente delicada y robustísima a la par. Lo soberbiamente feo y estúpido nos derrumba. Magnificente y majestuoso se incrementa el espíritu cuando profetiza, tal un propósito, su fuga hacia las formas del conocimiento, su camino hacia la opinión analizada. La discrepancia en un debate amable e informado es democrática civilización, la autoimposición de la telebasura es barbarie. Despierta y lee, dijo el filósofo. No debemos añadir ni una sola palabra más.