Caos bibliotecario

Era tal el caos de mi biblioteca que mi doméstica Teresa, unos días que estuve de viaje, la ordenó en triples columnas en los estantes. En completo azar ahora las pilas de libros. Busco las cartas de Madame de Stäel que editó y publicó Joseph de Ligne, y me encuentro con Dinero de Amis -esa bazofia- o busco un tomito que amo mucho de Henry Saint John, vizconde de Bolingbroke, y solo veo Saúl ante Samuel, esa otra bazofia de Benet donde se maltrató al castellano con descomunal saña ( el supuesto «great style» era una mera parodia sarcástica de sí mismo ). Busco la patrología de Migne o bien la Summa de Santo Tomás editada por la B.A.C. y me encuentro con Beatriz y los cuerpos celestes, de la latinista Lucía Etxebarría. Busco a Wittgenstein y hallo a Jodorowsky.
Mi biblioteca ya carece del orden de las fuentes, los jardincillos, con algo de moruno o turco o chinesco, carece de dorados e inscripciones. Ahora es un imperio sin esplendor. Un Luis XVI con el cuello en la guillotina. Un templo sin memoria. Un Babel de caballos desbocados. Una mente de delirium tremens. Pero Teresa puso su mejor voluntad y esfuerzo. Le regalaré una villa con sol por su amor limpio. Yo, desdichado, moraré desde ahora en las sombras eternas.

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