Variaciones sobre un tema de Stevens.
De «El falso aristócrata»
Bendición de la soledad y aristocracia del silencio,
dos osos polares en callado páramo
cuando el campesino sin aflicciones enciende el fuego
y ninguna tormenta se cierne sobre el bosque.
Gatito fino el silencio.
Cachorro de león la soledad.
A años luz de la Ciudad y su bullicio neurasténico,
del grito bronco de sus borrachos,
del estropicio de los coches,
y los perdularios del botellón,
y la ignorancia sin paraíso de Internet,
allí donde la cultura es clandestina -pecado-
y se reprime la excelencia en aras
de un abajado igualitarismo.
Ciudad con sus gusanos de casco rojo
y sus ángeles perjuros.
La Casa en silencio y el mundo en calma
y un libro entre las manos.
La verdad es vivir en un mundo quieto
y la delicia de la duermevela del campo universal
es la perfección de la luna susurrando versos
mientras Dios nieva sobre las ramas.
La Casa en calma y el mundo en silencio.
Yo solitario leyendo de noche en mi pazo gallego.
Así me transformo en un cuchicheo vegetal,
o mi cerebro piensa con el mismo cerebrito de un jilguero,
o mis mejillas sienten las verdes aguas del helecho.
En la Ciudad la gentuza se distrae
con martingalas tecnológicas, los hijos se deforman
con pedagogías de algodón, con drogas blandas,
y las muchachas tienen las braguitas sucias
y el pespunte deshilachado.
La Casa en calma, apacible, suspensa,
y el mundo en orden.
El orden convida a las playas más regias.
La conciencia sumida dentro
de la noche, noche indiscernible
de una larga media de mujer.
No, aquí no me encontrarán bárbaros
ni bolcheviques. El iglú de soledad y silencio
amortiguará el ambiente hostil de la Ciudad.
Con la noche y la biblioteca y el equilibrio
no puedo sino ser bienaventurado.
Bajo la soledad de esta bóveda inmensa
no puedo sino creer en estrellas naranja
y en la luz (sub specie aeternitatis) del mañana.