
¿Dónde el equiccnocio o aquel trópico que medra y crece?
¿Dónde el conjunto incandescente en lugar de los fragmentos opacos?
¿Por qué este general y agusanado anillo de terror?
Cuando el sesteante, rastreante y redondo caracol
era materia con forma, sombra con colores y gesto
en parsimonioso movimiento, Até, errante entre los mortales,
nos inspiraba el mal. Cuando el cielo era oxigenado aliento
de buey, fiebre lanuda, Heracles venció a Litersés,
y arrojó su cuerpo al río Meandro.
Cuentan (oh árbol de bronce) que Teagena poseía fuerza descomunal,
y Melampo adivinaba todo mirando el ojo de un pájaro,
y Oleno y Letea eran rocas de apasionado amor…
Aquel verano se convirtió en una parodia miserable:
molleras sin sesera y molleras enanas rellenas de paja.
Una pocilga de hordas de encapuchados -esos que mi
peluquera embelesada llama «famosos»- tejían el otoño
de bostezos y crujidos sin misterio. Progné no era una golondrina,
ni Filomela el ruiseñor, ni Tereo la abubilla. Nadie contempla
a Itis en un jilguero. Un absurdo real ocupa bosques.
Riadas de irrelevancia. Magos de brillantes labios
por pitonisos sodomitas de madrugada. Montan el Belén con futbolistas, actrices,
presentadores, concursantes de Gran Hermano, y se hechan a pedazos
esas especies para la glotonería de indigesta carne cruda
y cualquier otra cosa que se nos ofrezca. Amedrenta la plebe,
no legislan ni poetas ni dioses. El rostro de Abraham, el rostro de Marilyn,
el rostro apisonado de la modelo de tapa, en legendario
barlovento de migajas como gérmenes. Como un oscuro prostíbulo sin lejía.
Como una congregación de ratones vestidos de crepé rosa.
Quemad el becerro de oro. Convertidlo en polvo
y esparcidlo por el agua.
El kitsch mandril anega e iguala al mundo.
La ambientación intelectual de nuestro tiempo
es el blondo y pulimentado buido hueco de la cabeza.
Pero los hombres abobados duermen sin gacelas en noches sucesivas.
Y habrán más.