
Nadie creería -qué importa- en qué trabajé durante veinte años (esa era justo la gracia), pero les aseguro que exigía unos niveles de concentración superlativos, la lectura de miles y miles (¡ecs!) de páginas aburridas como el yoyó, el redactar innumerables informes en prosa aséptica sin transitividad ninguna y una exagerada -paranoica- discreción. Necesario el dominio de muchas lenguas (a poder ser exóticas) y una buena base matemática, y, una rareza más, piripintado venía dominar la lectura de labios. Por si acaso (glups, glups) tampoco sobraba el conocimiento de técnicas en artes marciales.
Mi primera vocación fue la poesía y la novela. Aún hoy guardo en un disquette antediluviano dos novelas talentosillas. Pero supe enseguida que muchos eran los llamados y casi ninguno el elegido, así que me busqué la vida y aparqué la funesta vocación. No debí. No, no debí hacerlo. Ahora (loco y cardiópata), de oficio rentista, pero íntimamente fracasado. Escritor de las redes, como desear ir a Samarcanda y terminar embarcado en RyanAir para Punta Cana con una mujer rancia.
Lo dramático (malgasté mi vida a cambio de pecunio, no a cambio del raso amarillo o del foulard rojo o del château adamantino) es el défecit paranormal de mis lecturas; lector con monstruosas carencias, admito que soy todo huecos gigantes y españolas limitaciones. La carrera de un escritor departe a la vez con un itinerario de lecturas. A lo mejor logra un tono y una visión personal, pero sin ahormarlos en una forma o estilo culto, trabajado, sutil, de nada sirven.
Soy tan ignorante, tan embarazosamente mediocre, como una banda de gatos silvestres mirando la televisión.
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Kerouac: «La poesía es una energía misteriosa que se identifica con la vida del universo». No debería estar permitido escribir así; indica desorganización de la vida intelectual. Parece una idea de casa estilo ranch o máxima de Martin Tupper («No te cases sin medios, porque de tal forma desafiarías a la Providencia») El mecanismo aceitado y pompier beat repite un tiernísimo «tremoli» y «glissando» de cancioncilla sentimental oriental.
Comparemos con Emerson: «Los giros de su idioma [de Jesucristo] y las figuras de su retórica usurparon el lugar de sus verdades; y las iglesias no están edificadas sobre sus principios, sino sobre sus tropos…Permitidme que os aconseje lo primero de todo que vayáis solos; que rehuséis los buenos modelos».En Kerouac hay chispas -pocas- pero no llamas. Emerson arde con el fuego divino.
El bullanguero Kerouac es una especie de Emerson para estudiantes pobres. La literatura de época son como voces que cantan desde cisternas vacías y pozos agotados. La sagacidad idiosincrásica del genio no se descompone: todo lo llena.
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Llueve. Pocas ganas de leer y de vivir. Hoy traduje, para mí, poemas de Edward Thomas. Quedaron chapuceros, manazas y poco escrupulosos, pero, en cambio, qué dulce es el ocio intelectual, el otium cum dignitate. Traducir es la mejor manera de aprender a escribir; una verdad palmaria, indisputable. Me gustaría traducir a moralistas franceses o bien a los goliardos, cuyo ocio -en contraste- era hedonísticamente tabernario. Tengo varias libretas acabadas con esbozos o primeras versiones de traducciones.
El traductor es hoy muy mal tratado por las editoriales, con sueldos de mera supervivencia y gran precariedad. Creo que es un oficio con poco futuro, elegíaco, que acabará pronto como la tejería o la alfarería o la ladrillería, cuestión que explicó con maestría Javier Calvo. Una buena traducción es un hecho cultural muy importante, un aporte muy significativo y trascendental. Viva por ellos. Viva su trabajo. Viva su artesanía.
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Sé que el uso de mi español es un mero peloteo de aprendiz frente al español de los campeones. Me quedo al fondo de la pista y me conformo con que mis golpes pasen la red. Ganar algún juego en el set figura como una titánica victoria.
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Leo un titular de un profesor: «Tengo alumnos de quince años que casi no saben leer». Están condenando a toda una generación a la misma ignorancia y falta de oportunidades que las de un obrero manchesteriano del siglo XIX. Si hablas con un universitario medio de Letras, adviertes que no sabe nada de nada.
Todos los universatarios deberían volver a bachiller, y todos los bachilleres a Primaria, y empezar una Primaria, Bachillerato y Universidad en serio; si sabes, apruebas, si no sabes, repites hasta aprender. A un ingeniero no se le puedo caer un puente; de modo similar un licenciado en una rama de humanidades con el nivel que hay hoy acabará siendo un profesor necio. Como si se derrumbaran todos los puentes.