
(contra la tele y la radio)
Una de las formas clásicas de resistir y evitar la manipulación consiste en el discurso intelectual, en una afirmación vital y constante de la libertad de pensamiento.
Los periodistas, a mi juicio, cada día adolecen más de los mínimos estándares culturales e intelectuales requeridos para incorpararse a la Gran Conversación Cultural de la Historia.
Y, los intelectuales, al participar en la radio o en la televisión, hablan con frases simples de cualquier cosa hasta llenarlo todo de una universal farfolla de banalidad. La producción de banalidad presupone que el oyente o televidente disfruta escuchando a personas inteligentes, pero, claro, diciendo eso mismo que ellos podrían decir, no sea que se ofenda en su amor propio al oyente (cliente) de masas radiofónico o televisivo.
La radio (más aún la televisión) trivializa el acto de pensar. Dado que es la trivialidad y simplificación su lingua franca, no hace literatura, imita la literatura, no filosofa, divulga filosofía en píldoras o pósits de quiropráctico espiritual de autoayuda, COTILLEA sobre la cultura y la política en lugar de hacer cultura o argumentar políticamente de un modo consistente y lúcido o capaz.
La radio y la tele, al igual que el mercado y público que las sustenta, no pueden ser subversivas o mentalmente altas, solo ligeramente subversivas o mentalmente medias (es decir, falsamente subversivas y falsamente intelectuales) Y deben ser muy hip y muy cool.
Tal es la naturaleza de esos medios. Y el medio (McLuhan) es el mensaje.