Sobre otro tema de Kavafis

Photo by Yan Krukov on Pexels.com

Serían las siete o siete y media de la tarde.

En un rincón de mi habitación, yo, con seis años,

el reposo serio de un folio en blanco,

el gato -su mansedumbre elegante y artística-

mirando a los pájaros.

Aparte de mi familia, el pueblo siempre vacío.

Un flexo apenas alumbrando la mesa de estudio

con su espolvoreo inspirador de luz o agua subterránea.

Dormitaba, en la calle, un bar solitario y el ocaso

disperso entre callejuelas rosas y refrescantes de invierno.

Nadie podía verme. No tomé precauciones.

Mi Imaginación loca y entreabierta bordaba un cuento

que abrasaba salvaje las convenciones

o rutinas de un mero cerebro infantil.

Pero nací a la literatura mortificado por la crítica:

al día siguiente, en clase,

aquel montón de idiotas -que compadezco-

poco o nada entendieron.

Gozo absoluto de la Imaginación

a través de lápices y bolígrafos de colores,

idiocia rápida de la plebe,

triunfo del Arte cuya visión

atraviesa cuarenta años y viene

ahora, para permanecer, en estos versos.

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