
Domingo de Resurrección. Día soleado. Apacible y luminoso. Sereno y con piar de pájaros. La figura del individuo sentado y leyendo silenciosamente está dejando de ser nuestro escenario supremo. La mengua dramática de la cultura del libro corre paralela a la merma radical del sentimiento religioso. Se reemplaza a la divinidad íntegra, ordenada, teológica, referencial, controlada y de significado autónomo e independiente, por un mosaico roto de fragmentos incompletos, contradictorios, relativistas, arbitrarios e indeterminados. Dios se ha volatilitazo e implosionado en decenas o miles de líneas de destino particulares. Dios se ha excluido de aquello que define nuestra comprensión. Un evento deportivo brillando en la televisión, unas suculentas tiendas comerciales, ese tropo poético de excursión con vuelo en parapente, el ideario feminista o la pandilla, o bien Tuiter y Tik Tok, eclipsan a Dios. Un Domingo de Resurrección es como un Domingo en que abre El Corte Inglés. Humo, vanidad, publicidad, compra, silencio, espectáculo y la Nada.
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Hace tres meses que no escribo ningún poema. Como observará el lector sagaz de este blog, tengo poemas necesarios e inevitables, y otros meramente llenaespacios, intrancesdentes y de circunstancias, simples ejercicios de redacción. Los inevitables, aunque nunca están acabados y hechos del todo, sí que apuntan o insinúan a un fundamento, a una estructura organizativa, y dan lugar a los mitos sagrados en mi experiencia del mundo y del yo. Son proposiciones universales de la hegemonía de mi psique con ornamento literario (provisional, que soy un perfeccionista compulso y un descontento inveterado)
Como si tuviera solo tres libros, una Biblia, un devocionario, y un almanaque, que leyera repetidamente vez tras vez, esos poemas necesarios e inevitables son mi estrecha gama de literatura donde se embebe honda y obsesivamente mi conciencia o alma. Ahora copio y pego uno muy malo (el tema y la idea me importaban en cambio mucho), en que su vacilante ejecución, su desparrame descontrolado, su falta de sujeción a un núcleo duro, le confiere una nula autoridad y una populachera aceptación industrial. Espero que les gusta algo más que a mí, que es prácticamente nada.
ÚLTIMA VISIÓN
Verás de nuevo el valle ensuciarse con tu corazón,
calles provincianas, jeringuillas en oscuros párkings.
Balcones sonrientes cada vez que chispea un recuerdo,
a políticos sin portento, periodistas sin gramática,
tenderos mediocres, que, como una mujer
después de fregar el suelo,
cuida que la puerta del cuarto quede cerrada
para que no entre el perro y lo deje todo perdido
-escombros humildes de la fatal y no resonante historia.
Acaso vislumbres lobos blancos en el hielo,
o domingos quietos de lluvia y el veloz caminar de la vida.
No. No se te ocurrirá pedir en préstamo un libro
del convento, escribir un postrero poema,
ni pensar en antiguos amores como oraciones escolares,
y olvidarás poco a poco la sombra espesa del aire.
Solo verás -es lo único que importa,
algo que sabes sin ápice de duda-
como preludio a la última bocanada de tus pulmones,
íntimo y acurrucado,
la cara de mamá,
última visión (perdóname, mamá, perdóname si fui un monstruo),
última visión,
la cara de mamá,
verdad y belleza de lo que fuiste.