
(Acerca de los libros)
Vivimos en una civilización cableada y, valga el juego de palabras, también cabreada, donde la página ha sido sustituida por la pantpágina (neologismo construido con los términos “pantalla” y “página”)
Ciertamente ésta es la Era de las Pantallas, presentes por doquier, pantallas que serán nuestros restos fósiles cuando nos estudien los futuros arqueólogos. Las pantallas, me atrevería a decir, desvigorizan, las pantallas ponen un medio aislante entre los sujetos y los objetos, y llevan a la marginación, al puro margen –obsérvese si no- a los libros en las bibliotecas, a los libros en su sentido molecular, clásico, físico y tipográfico.
Pantallas y pantallas, en lugar de libros y libros ¿Qué deparará esta Era de la Hiperpantalla, tanto velocísimo y metafísico píxel en la Época del Neoinfocapitalismo? Me temo que nada bueno, que las perspectivas son muy poco halagüeñas. Profetas apocalípticos los hay desde Isaías, pero, se dice uno, alguna vez acertarán.
Permítaseme relatar una imagen convencional. Una bonita muchacha leyendo un libro –por ejemplo, The picture of Dorian Gray-en un campo amarillo bajo un árbol. Porque uno, y bastantes más, no podemos siquiera imaginar el mundo sin libros, y sin pájaros, y sin árboles. La joven lleva una falda blanca, y su cabello es pelirrojo, y está reconcentrada en lo que lee sin importarle la brisa ligera. La primavera provee a todo de alma, y entre la sombra del árbol y la sombra de ella, hay un claro de luz. Deus meus, ¿algún día próximo veremos este tópico pictórico de mujer leyendo en el campo, a una mujer con un e-book o bien intrumentum diabolicum parecido, bajo un árbol? Sinceramente, ese día, si no ha llegado ya, será –o es- el fin de la Civilización y el advenimiento de la Barbarie.
A veces tengo la impresión, un poco a lo sociólogo a la violeta, que tanto hedonismo de verbena, tanto ir al límite en la estupidez, tanto uso indiscriminado de la solución fácil y urgente y tecnológica, causan cierta notable propensión a la inmadurez intelectual y emocional. Y la madurez lo es todo. No sé. El estado de cosas me parece tan deplorable (ignorancia astronómica, pobreza, fanatismo) que a veces pienso que una solución, acaso no tan estrambótica como parece, serían los libros. Una vuelta a los libros. A la Ilustración. Un ir, en ida y vuelta, de las cosas mismas a los libros y viceversa. Libros y libros. Los libros te proveen de libertad, los libros –aunque la ciencia también trae dolor- hacen más fácil el vivir y el convivir. Los libros, en definitiva, no te excluyen ni alienan del diálogo con la Civilización, precisamente justo lo contrario.
Libros y más libros, libros por doquier; son, verdaderamente, el gran fármacon, sus propiedades intangibles o imponderables son las que robustecen y hacen apacible y lúcida una Civilización. Pero insistamos; libros de papel (el libro electrónico transmuta la forma de leer –el medio es el mensaje-)
Gracias a los libros nos elaboramos, gozamos de los metales sinfónicos de la belleza y el pensamiento, evitamos lo vulgar, adquirimos conciencia, y amamos mejor. Los libros son nuestros embajadores de la imaginación y las estrellas, permiten el razonamiento socrático y la compasión empática. El único hándicap que tienen, es que nosotros amamos a nuestros libros, pero ellos no nos aman a nosotros; sólo aman las personas.
(Acerca de la lectura)
Leer libros, de acuerdo, todos convenimos en su importancia. Permítanme investirme de cierta autoridad y mandarinato, para así poder argüir cierta fenomenología de la lectura que juzgo interesante.
Creo que la lectura tiene o debiera tener algo de género espiritual, de crasa meditatio, y no el mero ir pasando páginas de un modo más o menos inconsciente. Al leer hemos de meditar, dar vueltas en nuestra mente a la galaxia de lo leído, permitir la resonancia, captar la sagacidad del autor, elucidar en silencio, ir de lo lateral a lo vertical y hondo, capbussarnos fondament, demorarse en la close reading, permitir que la voz y el signo de afuera nos germine e ilumine adentro, reconcentrarnos, ir más en pos de la qualitas que de la quantitas, y que la palabra leída nos inspire y nos endiose, sepamos ver sus galerías y sus brújulas. Como ven, reivindico la lectura como una suerte de ejercicio espiritual (al modo contrario, rápido y en diagonal, al que se lee en estos tiempos feraces)
Leer es a menudo un placer difícil rodeado de una soledad muy dichosa y en el centro de un silencio compacto y extraordinario. El silencio y la soledad te adensan y permiten una gran claridad en la visión, te solidifican y permiten que logres la mayoría de edad de ti mismo. En silencio y quietud te cuidas a ti mismo, te mimas, pierdes el atontamiento de estar todo el día pegado a lo banal, al telefonino, e incluso puedes perder ese afán capitalista de lucro y negocio y posesión que matan al amor, la verdad y la dignidad humana.
La buena lectura de los buenos libros te humaniza y educa –igual que la amistad, el buen amor, la buena conversación, la buena música, la buena compañía, y algunas otras cosas más.