
(Un noble medita pausadamente)
Tener casa propia, limpia y agradable, afable,
un jardín tapissé de flores y abejas en verano,
pocos o ningún hijo, acaso mujer fiel, ningún tumulto;
que vague la vida en Adagio non tropo, ma divoto,
estudiar los severos astros, mucho leer a la luz de la vela,
acallar la lengua (que abunde mucha conversación
con el cielo y así no obtener dócil habladuría),
convertir en rechifla la farsa y sátira de la época,
sin deuda y poca hacienda, ni avaricia ni deseo.
Contentarse con poco, nada querer de los Poderosos,
domar las pasiones, cultivar el juicio esclarecido,
no conocer la tormenta y meditar en silencio,
y, solitario como un sabio, escribir con letra clara
y pausada igual al corazón, un libro modesto y veraz
que ampare pálida memoria de tus días o iguales afanes.
Y ya que arden los conventos, o nadie cultiva la tierra,
y se pueblan de salvajes las ciudades, pasar los granos
del Rosario sin devoción: attendre doucement la mort.
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Variaciones a un tópico literario ligeramente inspirado en un muy raro poeta francés del Seizième.
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Leo en la página 474 de la obra de Bernanos, Le Chemin de la Croix des Ames:
«El enorme mecanicismo de la sociedad moderna se impone a nuestra imaginación, a nuestros nervios, como si su inexorable despliegue nos obligase a entregarle lo que no le daríamos de buen gusto. El peligro no radica en la multiplicación de las máquinas, sino en el número, cada vez más elevado, de personas acostumbradas a no desear, ya desde la infancia, otra cosa que aquello que las máquinas les ofrecen. El peligro -posible- no es que acabéis adorando las máquinas, sino que sigáis ciegamente la colectividad -dictador, empresa, estado o partido- que las posea. No, el peligro no estriba de suyo en las máquinas, ya que solo hay un peligro para el hombre, y es el hombre mismo. El peligro radica en el tipo de hombre que esta civilización trata de formar«
Bernanos, a mi ver, fue profético al intuir el modelo o tipo de hombre propio de la civilización tecnológica. Una especie de plutócrata glacial y ruidoso corrompido por el poder absoluto. Y dibuja un futuro incierto en que el hombre no pinta nada ni es nadie. A más técnica menos silencio, y a menos silencio menos densidad de alma y más aburrimiento. A más técnica, menos medios intelectuales.
Los tímpanos del hombre actual vibran las veinticuatro horas del día (la mente, también); con la notificación de un correo o un wasap, con la televisión, con la música o la voz de los locutores de la radio en el coche, con la voz de los compañeros de trabajo y los clientes de la empresa. Encima todo rodeado de una atmósfera de decibelios o ruidos indefinidos perennes: la lavadora -nuestra o la del vecino-, motos crispadas -también en mitad del campo-, peleas de borrachos, amantes copulando, sirenas de policía o de ambulancia, máquinas tragaperras, música de ascensor, música ambiental en restaurantes o comercios, etcétera.
A mí, cuya hipersensibilidad al ruido está incluso diagnosticada, todo el cerumen ruidoso de la ciudad y la tecnología me enloquecía. Por eso fuxí a una aldea gallega de diez habitantes. A una paz como de claustro de monasterio del siglo XIV.
Con música de las esferas, mariposas, brillo de la Luna, de la lluvia, al amor de la naturaleza, y con aletear de pájaros en lugar de retumbar de tubos de escape.
La Polis hierve, bulle caótica como una infartada olla a presión, con chirridos enfermos y agudísimos, sus habitantes son desquiciados cerebros o estrépitos del corazón a un tris del manicomio, como supo Bernanos.
Mi aldea amortigua El Gran Chasquido como una colcha de musgo y morados, de claros del bosque y dorados del cielo, de bosques y vaguadas, de capiteles lunares y sol medieval.
En el silencio de la aldea abolir el tiempo centrándose en el aquí y ahora:
“Nunc fluens facit tempus, nunc stans facit aeternitatum”. Boecio. El ahora pasajero origina el tiempo; el ahora que permanece, la eternidad.
“Ita nunc sive praesentia complicat tempus”. Nicolás de Cusa. El ahora o presente incluye todo tiempo.
Aquí, en Nogueira, deseo pronto morir.